“Loro viejo sí aprende a dar la pata”

 

La escena ocurrió a las afueras de una casa en el Barrio Villa del Río, el mismo que María de la Cruz Ortiz Oyola ayudó a fundar con un grupo de vecinos en Cáceres, Antioquia, en agosto de 2002. La mujer yacía desconsolada en la puerta de su hogar y María le preguntó por el motivo de su llanto. Con las lágrimas rodando por sus mejillas, como el afluente de las quebradas que buscan el río Cauca,  la mujer le respondió que su marido no la dejaba estudiar. Por aquel entonces varios vecinos del barrio participaban de unas jornadas de alfabetización para aprender a leer y a escribir. La mujer veía desde lejos cómo sus vecinos en la caseta comunal garabateaban en sus cuadernos mientras se aprendían el alfabeto.

“Niña tú estás jodida, hoy en día el que no estudia es porque no quiere. Cógelo de la mano y siéntalo allá al lado tuyo porque tú quieres superarte y no vas a dejar de hacerlo por un hombre machista”, fueron las palabras con que María aconsejó a su vecina, quizás porque se vio a sí misma cuando dos de sus parejas le negaron la oportunidad de estudiar y terminar su bachillerato.

La niña que estudiaba contra viento y marea

María Ortiz hace parte de los 150 líderes del Norte y el Bajo Cauca de Antioquia que están próximos a graduarse del diplomado en Fortalecimiento Comunitario para el Desarrollo Territorial, dictado por el Instituto de Estudios Regionales de la Universidad de Antioquia a través del proyecto Ambiente para la Vida de EPM, que desde el 2019 adelanta acciones ambientales y sociales en Ituango, Valdivia, Tarazá, Cáceres, Caucasia y Nechí.

Para esta cordobesa, pero bajo caucana de corazón, estar en un aula de clase siempre ha tenido su encanto. Por eso recuerda con cariño las caminatas de hora y media que debía hacer de niña desde La Apartada de Cuturú, zona rural de Caucasia, hasta la escuela. Eran travesías en las que los  niños cogían mangos, jugaban con pelotas de trapo por el camino y se contaban historias de la tradición oral del campo. Eso sí, en las temporadas de lluvia llegaban a la escuela con los zapatos colgados al cuello y los uniformes llenos de barro.

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A los 15 años María se enamoró por primera vez, suspendió sus estudios creyendo en la promesa de que muy pronto los reanudaría y se vio enfrentada a una triste realidad: un hombre que no veía con buenos ojos que ella fuera al colegio. Sin embargo sus ganas de superarse eran más grandes que el miedo: estudiaba a escondidas, dejaba los cuadernos donde las amigas y hacía las tareas por las noches. Pero nuevamente los tuvo que suspender porque comenzó una nueva etapa en su vida: la maternidad. El tiempo pasó, el amor se terminó, reapareció con los años con un rostro diferente, pero con un rasgo idéntico al anterior: un hombre que no quiso que estudiara. En últimas, María se convirtió en mamá de cuatro hijos más y sus estudios quedaron en veremos, digamos que en un recreo permanente.

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Cáceres, el nacimiento del liderazgo

María, después de 11 años de convivencia y cinco hijos a cuestas, aunque a su primera hija la había llevado de niña a vivir con su mamá en Córdoba, se convirtió en madre soltera y empezó una etapa de su vida que la hizo un referente de liderazgo en el municipio de Cáceres, por pura intuición, por necesidad si se quiere. Villa del río, ese barrio cacereño cercano al río Cauca, era para agosto de 2002 un inmenso lote que carecía de todo: agua, energía y teléfono. Pero a su vez era el sueño de tener casa propia para cinco familias fundadoras. Tabla a tabla, puntilla a puntilla, ladrillo a ladrillo estas familias fueron construyendo sus hogares. María sacó ese liderazgo dormido, y gracias a esa niña que caminaba 3 horas para ir y volver a la escuela, y a la adolescente que hacía tareas a escondidas debido a la prohibición de su pareja, se empoderó de su futuro y el de su comunidad y reunió a sus vecinos, la mayoría mujeres, para pedirle al alcalde de la época que le construyera vías de acceso a Villa del Río.

Se iluminaban con velas y el agua debían traerla de un pozo alejado, pero gracias al liderazgo de María no solo llegó el agua hasta las casas sino la energía eléctrica para hacer el tinto, el sancocho de bagre y ver la novela en las noches. Atrás habían quedado los días en que poniendo en riesgo sus vidas consiguieron cables y guayas para conectarse de manera ilegal a la energía.

“El hábito no hace al monje, pero le ayuda”

Actualmente María es la presidenta de la Junta de Acción Comunal del barrio que ayudó a fundar, de igual forma hace parte del grupo de líderes que trabaja en Desmarginalizar, una empresa aliada de EPM que ha sido fundamental en el relacionamiento de la empresa con las comunidades aguas abajo del Proyecto Hidroeléctrico Ituango. Y sí, en el año 2013 y a sus 41 años, María de la Cruz Ortiz Oyola se graduó como bachiller de la Universidad Católica del Norte.

“Para estudiar no importa la edad, así los abuelos digan que ‘loro viejo no da la pata’. Cuando yo me gradué también lo hizo una señora de 70 años porque ese era su sueño de niña”, dice María con esa risa fácil y ese acento costeño de los habitantes del Bajo Cauca.

Por eso en el proyecto Ambiente para la Vida de EPM nos sentimos tan felices de ayudar a líderes como María a seguir materializando sus sueños porque como lo dice ella: “La educación es fundamental para los seres humanos. Sin educación hay menos oportunidades para salir adelante, para ayudar a las comunidades y para conseguir un empleo”.

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Las épocas en que María solicitaba cosas ante la Alcaldía y algunos organismos no gubernamentales solo con la palabra o con un papelito escrito a mano en el que evidenciaba la necesidad de tener un parque para el esparcimiento de los niños han quedado atrás. Gracias al Diplomado en Fortalecimiento Comunitario para el Desarrollo Territorial del proyecto Ambiente para la Vida de EPM, María ya sabe formular proyectos para el beneficio de su gente: “Este diplomado ha sido muy chévere, hemos aprendido a afianzarnos como líderes, me ha despertado grandes expectativas para gestionar cosas para mi comunidad, y lo mejor es que voy a poder hacer mi propio proyecto porque es un requisito precisamente para graduarme”.

Si algún día pasa por el Barrio Villa del Río de Cáceres pregunte por María de la Cruz, la hija de José de la Cruz y María del Carmen, seguro la reconocerá por su elocuencia, por su sonrisa fácil, por su pelo recogido en una trenza perfecta, pero sobre todo por sus profundos ojos oscuros, esos mismos en los que se ve a la niña que cogía mangos de camino a la escuela y la adolescente que estudiaba a escondidas y que nunca dudó que la educación era el camino para alcanzar metas más altas.

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