La ciudad y sus sacrificios
La ciudad no es fácil para una adolescente de pueblo de 14 años que sueña con ser profesora. Inicialmente Rosmira trabajó como empleada doméstica interna en una casa del barrio El Trianón, de Envigado. Simultáneamente hizo las vueltas para ingresar al Liceo Integrado La Paz para hacer su bachillerato. El rector valoró el arrojo de la adolescente y le dijo: “estás grandecita para empezar sexto, pero te voy a recibir. Te vas a ver rara entre niños de 10 y 11 años y hasta puede que te gocen”. Pero a ella eso no le importó porque tenía claro que la educación era el camino para forjarse un futuro distinto al del resto de mujeres de su vereda. Posteriormente tuvo problemas con la dueña de la casa en la que vivía y se fue a trabajar a una casa del barrio Villahermosa de Medellín, y continuó los estudios en el colegio Pedro Luis Villa, de Manrique. Allí un par de profesores egresados de la Universidad de Antioquia le hablaron de la institución y de las puertas que se le abrirían con un título profesional frente a uno de normalista. “Yo siempre quise trabajar en el campo, devolverme para Buenavista porque allá los profesores no duraban mucho por lo lejos que quedaba de todo”. Finalmente se graduó del Cefa, porque décimo y once lo debían hacer las mujeres en esa institución educativa; ya no trabajaba como empleada doméstica, sino como vendedora de chance. Le daba a otros la suerte que ella buscaba con tanto ahínco.
¡Bienvenida a la UdeA!
El corazón de Rosmira se quería salir de su blusa. La niña que se montaba a las copas de los árboles y apostaba carreras en caballos sin silla de montar, ya tenía 20 años y veía con estupor que el número de su cédula aparecía en el periódico. Era uno de los estudiantes admitidos ese semestre a la Universidad de Antioquia. La carrera a la que se presentó no podía ser otra: Licenciatura en Educación Básica.
Con las clases y las carreras para llegar a tiempo a su trabajo para vender el chance ganador, también le llegó el amor. Conoció a Pedro Nel, pronto se casaron y con el matrimonio llegaron los hijos: Valentina, Pedro Nel, Manuela y Jimena. “Yo pensaba que podía hacer las cuatro cosas: estudiar, trabajar, ser esposa y mamá. Es que fui muy ambiciosa”, el rostro de Rosmira se ilumina y deja escapar una sonora carcajada. Aguantó y aguantó hasta que nació su tercera hija. Le faltaban dos semestres para graduarse, pero Manuela nació con paladar hendido y otra serie de complicaciones de salud que la obligaron a suspender sus estudios. El sueño de ser profesora y tener su cartón de la UdeA, terminó tan lejano como la vereda Buenavista del casco urbano de Buriticá. “Jamás había sentido tanta tristeza en la vida, tanto dolor, tanta frustración. El mundo se me vino encima”.
"Todos vuelven"
Todos vuelven es el nombre de una canción de César Miro Quesada, interpretada por Rubén Blades:
“Todos vuelven a la tierra en que nacieron
al embrujo incomparable de su sol
todos vuelven al rincón de donde salieron
donde acaso floreció más de un amor”.
Y es que la vida a veces toma caminos que no están planificados, y de eso puede dar cuenta Rosmira. Cuando ya tenía más de 40 años tuvo que cuidar a sus abuelos maternos durante penosas enfermedades, y ellos decidieron heredarle las tierras de Buriticá por su entrega en sus últimos años de vida. Si bien conocía las labores de campo desde niña, quiso estudiar para mejorar los procesos de producción en una tierra que le era tan familiar y a la vez tan lejana. Fue así como estudió Tecnología en producción ganadera en el Sena.
En el 2020, en plena pandemia por el Covid-19, con un permiso de movilidad para desplazarse durante la cuarentena en una mano y el sueño viejo de volver a Buenavista en el corazón, retornó a Buriticá. Ya no era la adolescente de 14 años que se fue para la capital para hacerse profesora, sino una mujer de más de 50 años con las mismas ganas de cambiar las cosas en su comunidad.
Rosmira y EPM
Desde su regreso, Rosmira mostró habilidades para el liderazgo, tantas, que sus vecinos de Buenavista le propusieron que le daban su apoyo para que fuera la presidenta de la Junta de Acción Comunal de la vereda. Actualmente desempeña este cargo, y eso hizo que el proyecto Ambiente para la Vida de EPM conociera a esta mujer y su maravillosa historia.
Desde el 2021 EPM viene adelantando el Diplomado en Fortalecimiento Comunitario para el Desarrollo Territorial, de la mano del Instituto de Estudios Regionales de la Universidad de Antioquia. Este proceso educativo busca apoyar los liderazgos de los municipios de la zona de influencia del proyecto Hidroituango, así como los de Tarazá, Cáceres, Caucasia y Nechí, ubicados aguas abajo de las obras de presa. “Este diplomado me sirvió mucho para conocer el territorio, su gente, los líderes de otras veredas y los diferentes procesos que se vienen adelantando. Lo que más me gustó fue el tema de la formulación de proyectos acordes a las necesidades que tiene la comunidad, y a quién debemos presentárselos para llevarlos a cabo”.
Rosmira sonríe frente a la cámara, habitúa sus manos recias, capaces de enlazar un novillo o templar una cerca, para tomar con delicadeza el documento que está entre sus manos. Es un diploma de la Universidad de Antioquia, ese que le había sido tan esquivo, pero que por fin ha podido obtener gracias al apoyo de EPM. Su sueño ahora es poder gestionar una vivienda digna para muchos de sus vecinos, una caseta comunal o el acueducto y el alcantarillado para su vereda. Ya ella tiene las herramientas para lograrlo, aunque si San Antonio, el preferido de los buritiqueños le da una manito no le vendría mal.