Los sueños no   envejecen

 

En Buriticá, occidente de Antioquia, San Antonio es el consentido. La iglesia lleva su nombre al igual que varios establecimientos comerciales que le anteponen al santo, experto en conseguir pareja según la sabiduría popular, la actividad económica que desarrollan: hay restaurante, droguería y panadería. El mismo santo, con su hábito café, la coronilla rapada y el Niño Dios en brazos, recibe a los visitantes en lo alto de una montaña antes de que estos lleguen a la cabecera municipal.

Rosmira de Jesús Moreno Higuita, de cara aindiada y pelo ensortijado como el de Mirabel, la protagonista de la película Encanto, sonríe inocentemente mientras recuerda que en su niñez, ella y su abuela Herminia iban solamente una vez al año a Buriticá: a la celebración de las fiestas de junio en honor a San Antonio, el santo patrono del municipio. Y es que ir al casco urbano desde la vereda Buenavista era una travesía de dos días a lomo de mula, pero la celebración ameritaba el sacrificio. Rosmira tiene 53 años, es madre de 4 hijos y recientemente se graduó del diplomado en Fortalecimiento Comunitario para el Desarrollo Territorial, dictado por el Instituto de Estudios Regionales de la Universidad de Antioquia a través del proyecto Ambiente para la Vida de EPM. Su historia de vida tiene mucho que ver con los sueños, con el arraigo al territorio y con un diploma otorgado por la Universidad de Antioquia y el apoyo de EPM que se demoró varios años en llegar a sus manos.

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“Yo no quiero esa vida para mi”

Rosmira fue criada por su abuela paterna, una mujer viuda con dos hijos, que llevaba las riendas del hogar gracias a la venta de licor. Por aquel entonces la vereda Buenavista no tenía energía eléctrica y los músicos eran tan apreciados como el oro, metal precioso que en el municipio de Buriticá abunda en el interior de sus montañas. Por eso Rosmira se levantó entre sonidos de tiples y guitarras, y una abuela que se iba con su nieta detrás de los músicos, porque donde hay música hay fiesta, y donde hay fiesta hay consumo de licor.

De pequeña fue discriminada por otras niñas porque su papá fue una figura ausente, entonces encontró en los niños unos compañeros de juego que la acogieron y nunca se fijaron en si tenía papá o no. Por eso se hizo experta en subirse a los árboles, montar a caballo a pelo, maniobrar llantas con un palo, tirar trompo y lanzar la pirinola. “Con los niños aprendí a ser fuerte, me sentía muy libre con ellos”, relata Rosmira al recordar su infancia en Buenavista.

Para aquel entonces la única opción para las mujeres de su entorno era el matrimonio, y ella no se veía casada porque lo que evidenciaba a su alrededor era maltrato físico, abandono y un completo sometimiento a la figura del hombre. De hecho, a los 12 o 13 años era corriente que las niñas de la zona se empezaran a casar. Por eso se interesó en la única profesora que tenía la escuela de la vereda: “era una mujer que olía rico, que se vestía bonito, era libre, tenía el novio que quería y no el que le imponían”. Y si Buriticá quedaba lejos, Medellín, el lugar en el que podía estudiar en un colegio normalista para ser profesora y alcanzar su sueño, estaba al otro lado del mundo. Pero empacó su maleta, se fue para donde su mamá que ya vivía en la capital, y se trazó un sueño: hacerse docente para regresar a Buenavista para educar a las nuevas generaciones y forjar un futuro diferente para sus vecinos.

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La ciudad y sus sacrificios

La ciudad no es fácil para una adolescente de pueblo de 14 años que sueña con ser profesora. Inicialmente Rosmira trabajó como empleada doméstica interna en una casa del barrio El Trianón, de Envigado. Simultáneamente hizo las vueltas para ingresar al Liceo Integrado La Paz para hacer su bachillerato. El rector valoró el arrojo de la adolescente y le dijo: “estás grandecita para empezar sexto, pero te voy a recibir. Te vas a ver rara entre niños de 10 y 11 años y hasta puede que te gocen”. Pero a ella eso no le importó porque tenía claro que la educación era el camino para forjarse un futuro distinto al del resto de mujeres de su vereda. Posteriormente tuvo problemas con la dueña de la casa en la que vivía y se fue a trabajar a una casa del barrio Villahermosa de Medellín, y continuó los estudios en el colegio Pedro Luis Villa, de Manrique. Allí un par de profesores egresados de la Universidad de Antioquia le hablaron de la institución y de las puertas que se le abrirían con un título profesional frente a uno de normalista. “Yo siempre quise trabajar en el campo, devolverme para Buenavista porque allá los profesores no duraban mucho por lo lejos que quedaba de todo”. Finalmente se graduó del Cefa, porque décimo y once lo debían hacer las mujeres en esa institución educativa; ya no trabajaba como empleada doméstica, sino como vendedora de chance. Le daba a otros la suerte que ella buscaba con tanto ahínco.

¡Bienvenida a la UdeA!

El corazón de Rosmira se quería salir de su blusa. La niña que se montaba a las copas de los árboles y apostaba carreras en caballos sin silla de montar, ya tenía 20 años y veía con estupor que el número de su cédula aparecía en el periódico. Era uno de los estudiantes admitidos ese semestre a la Universidad de Antioquia. La carrera a la que se presentó no podía ser otra: Licenciatura en Educación Básica.

Con las clases y las carreras para llegar a tiempo a su trabajo para vender el chance ganador, también le llegó el amor. Conoció a Pedro Nel, pronto se casaron y con el matrimonio llegaron los hijos: Valentina, Pedro Nel, Manuela y Jimena. “Yo pensaba que podía hacer las cuatro cosas: estudiar, trabajar, ser esposa y mamá. Es que fui muy ambiciosa”, el rostro de Rosmira se ilumina y deja escapar una sonora carcajada. Aguantó y aguantó hasta que nació su tercera hija. Le faltaban dos semestres para graduarse, pero Manuela nació con paladar hendido y otra serie de complicaciones de salud que la obligaron a suspender sus estudios. El sueño de ser profesora y tener su cartón de la UdeA, terminó tan lejano como la vereda Buenavista del casco urbano de Buriticá. “Jamás había sentido tanta tristeza en la vida, tanto dolor, tanta frustración. El mundo se me vino encima”.

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"Todos   vuelven"

Todos vuelven es el nombre de una canción de César Miro Quesada, interpretada por Rubén Blades:

“Todos vuelven a la tierra en que nacieron

al embrujo incomparable de su sol

todos vuelven al rincón de donde salieron

donde acaso floreció más de un amor”.

Y es que la vida a veces toma caminos que no están planificados, y de eso puede dar cuenta Rosmira. Cuando ya tenía más de 40 años tuvo que cuidar a sus abuelos maternos durante penosas enfermedades, y ellos decidieron heredarle las tierras de Buriticá por su entrega en sus últimos años de vida. Si bien conocía las labores de campo desde niña, quiso estudiar para mejorar los procesos de producción en una tierra que le era tan familiar y a la vez tan lejana. Fue así como estudió Tecnología en producción ganadera en el Sena.

En el 2020, en plena pandemia por el Covid-19, con un permiso de movilidad para desplazarse durante la cuarentena en una mano y el sueño viejo de volver a Buenavista en el corazón, retornó a Buriticá. Ya no era la adolescente de 14 años que se fue para la capital para hacerse profesora, sino una mujer de más de 50 años con las mismas ganas de cambiar las cosas en su comunidad. 

Rosmira y EPM

Desde su regreso, Rosmira mostró habilidades para el liderazgo, tantas, que sus vecinos de Buenavista le propusieron que le daban su apoyo para que fuera la presidenta de la Junta de Acción Comunal de la vereda. Actualmente desempeña este cargo, y eso hizo que el proyecto Ambiente para la Vida de EPM conociera a esta mujer y su maravillosa historia.

Desde el 2021 EPM viene adelantando el Diplomado en Fortalecimiento Comunitario para el Desarrollo Territorial, de la mano del Instituto de Estudios Regionales de la Universidad de Antioquia. Este proceso educativo busca apoyar los liderazgos de los municipios de la zona de influencia del proyecto Hidroituango, así como los de Tarazá, Cáceres, Caucasia y Nechí, ubicados aguas abajo de las obras de presa. “Este diplomado me sirvió mucho para conocer el territorio, su gente, los líderes de otras veredas y los diferentes procesos que se vienen adelantando. Lo que más me gustó fue el tema de la formulación de proyectos acordes a las necesidades que tiene la comunidad, y a quién debemos presentárselos para llevarlos a cabo”.

Rosmira sonríe frente a la cámara, habitúa sus manos recias, capaces de enlazar un novillo o templar una cerca, para tomar con delicadeza el documento que está entre sus manos. Es un diploma de la Universidad de Antioquia, ese que le había sido tan esquivo, pero que por fin ha podido obtener gracias al apoyo de EPM. Su sueño ahora es poder gestionar una vivienda digna para muchos de sus vecinos, una caseta comunal o el acueducto y el alcantarillado para su vereda. Ya ella tiene las herramientas para lograrlo, aunque si San Antonio, el preferido de los buritiqueños le da una manito no le vendría mal.

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