Amor por la educación más allá de las aulas de clase


La pandemia nos ha obligado a trabajar en casa, a estudiar en casa, a compartir mucho más tiempo del que estábamos acostumbrados, al interior de nuestras casas. Justamente, hasta esas casas que cobran vida con la presencia de la familia, llega diariamente el proyecto Educando con Amor, para demostrar que en la Fundación EPM nos mueven las ganas de transformar realidades y tejer oportunidades con las comunidades.

Don Francisco y Mileidy son los protagonistas de dos historias inspiradoras, de esas que nos encontramos a diario en los hogares de los beneficiarios de Educando con Amor y que nos confirman que cuando la educación trasciende el ámbito escolar, se convierte, como lo dice Paulo Freire, “en un acto de amor y, por tanto, en un acto de valor”.

Con testimonios como estos, que se convierten en ejemplo de vida, queremos seguir caminando barrios y veredas, compartiendo historias, creyendo que los sueños pueden hacerse realidad y que para ello tenemos a la educación y al amor como las mejores herramientas para lograr verdaderas transformaciones.

 

Don Francisco, la ternura y la fuerza para ser mamá y papá al mismo tiempo

Francisco Pérez refleja en sus manos la tenacidad de quien labra la tierra y en su sonrisa la ternura de un campesino servicial y bondadoso.

Es el papá de Mariana, estudiante de sexto grado y desde que su esposa falleció, se ha dedicado “en cuerpo y alma” a la crianza de su hija.

Semanalmente don Francisco nos abre las puertas de su casa, en la parte alta del corregimiento San Sebastián de Palmitas, con una sonrisa en su rostro y con toda la disposición para participar de las actividades educativas y psicosociales que brinda el proyecto porque, como él mismo lo dice: “aunque yo no sé leer ni escribir, me gusta estar en todas estas actividades porque así puedo ayudarle a mi hija a estudiar y salir adelante, yo creo que la educación es el mejor regalo que le podemos dar a los hijos”.

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Música, trazos y poesía para pintar de colores los días

(…) De casta montañera,

corazón humilde

y singular berraquera.

Su mula es compañera

de viajes y aventura,

por caminos escabrosos

y enramadas montañas.

Van las mulas,

va el arriero,

cargados de caña,

van dejando huellas…


Este fragmento del poema “Arrieros” junto con otros relatos e ilustraciones de su autoría, llenan de magia y alegría la existencia de la familia Correa Murillo, quienes han encontrado en el arte y la cultura la oportunidad perfecta para encontrarse y tener proyectos y sueños en común.

Milady, una mamá joven y entusiasta, comparte con su esposo, Jamer, esta pasión que los ha llevado a pertenecer a grupos culturales e, incluso, publicar algunas de sus obras y ser referentes en su comunidad.

Sin embargo, lo más importante para ella, es ser referente para sus hijas, Sofía y Susana, quienes desde ya demuestran sus habilidades para la danza y la pintura: “además del amor por el arte, yo les inculco el amor por la educación, porque es esta la que nos permite tener criterios propios para tomar buenas decisiones, para tener una participación política y escoger buenos gobernantes, para abrir puertas y tener oportunidades”.

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Arrieros

Cuento

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