El novio tomó con firmeza la mano de la novia, y juntos se dispusieron a caminar los 39 pasos que los separaban de la puerta de la iglesia de San Lorenzo, en Liborina, a las dos sillas ubicadas frente al altar. Estaban elegantemente vestidos y, aunque nerviosos, las cómplices miradas que se lanzaban eran la prueba más certera del amor que se tenían y del sí que estaban próximos a darse. Era un sí que tenía algo de especial para Luis Alfonso López y Ana de Jesús Ibarra: sería una remembranza del que se dieron hace 50 años en esa misma iglesia, aunque el del 23 de abril de 2022 tenía unos invitados distintos a los de hace medio siglo. Además de muchos amigos y familiares, estaban sus 7 hijos, sus 11 nietos y su bisnieto de 4 años.
El río Cauca fue testigo
Hay una canción de Claudia de Colombia que dice:
“el río Badillo fue testigo de que te quise
En sus arenas quedó el reflejo del gran amor
De una pareja que allí vivió momentos felices,
Y ante sus aguas juró quererse con gran pasión”.
En el caso de Luis Alfonso y Ana, el testigo de todo lo que relata la letra de la canción fue el río Cauca. En sus orillas queda el corregimiento La Angelina, de Buriticá, y hasta allá llegó de 10 años Luis Alfonso procedente de la vereda El Yarumito, de Liborina, deseoso de aprender a “lavar o barequear” oro, que es el nombre que se le da a la manera artesanal de sacar el metal precioso de las orillas de los ríos. Su mentora en este arte fue María Purificación Sucerquia, una prima de su madre. Con ella aprendió los secretos de la zaranda, el tapete, y el molino. María Purificación era la mamá de varios hijos, entre ellos la pequeña Ana, de 5 años.
Luis Alfonso fue un alumno aventajado, demostró tener una habilidad especial para lavar oro y una intuición que siempre lo llevaba a la playa en la que el metal se dejaba encontrar por él. Claro que según él hubo tres factores determinantes: “yo siempre llevaba una virgencita del Carmen para que me protegiera de todo peligro, no tenía un corazón envidioso y por eso el orito no se me escondía y fui un berraco para voliar mi almadana de 8 libras”. Mientras Luis Alfonso recuerda esos días a orillas del Cauca, sus arrugas se van marcando como testimonio de sus jornadas bajo el sol del occidente antioqueño, y sus brazos se alzan sobre su cabeza con una almadana imaginaria, como un Thor de los tiempos viejos.
Con las mismas risas que Luis Alfonso habla de sus jornadas en el río, cuenta la historia de cuando tuvo que ir a Buriticá para pedir el permiso cural para casarse con Ana en Liborina, fuera de su parroquia de origen. A lomo de mula es un recorrido de unas 4 horas desde La Angelina, “pero eran tantas las ganas que tenía de casarme que cada trayecto lo hice a pie en 2 horas. Yo solo le pedí al cura que ese papel me lo metiera en una bolsita plástica para no irlo a mojar porque el sudor me corría por todo el cuerpo. Cuando me vio llegar mi suegra me dijo que yo no había ido a ninguna parte, me tocó sacarme la bolsita del pecho para que viera que sí me había ido, pero volando”, recuerda Luis Alfonso con unas carcajadas que llegan hasta la acera de su casa en el barrio Viento Verde, de Liborina.