En la actualidad, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, generamos gases de efecto invernadero. Las concentraciones de estos gases han alcanzado sus niveles más altos en dos millones de años y siguen aumentando. Como resultado, la Tierra está, aproximadamente, 1.1 °C más caliente que en el siglo XIX, siendo la última década la más cálida de la que se tiene constancia.
Muchas personas piensan que el cambio climático se resume en alcanzar temperaturas más cálidas. Sin embargo, el aumento de la temperatura es tan solo el comienzo, pues debemos recordar que la Tierra es un sistema en el que todo está conectado y, por lo tanto, las consecuencias de este fenómeno son, entre otras, las sequías intensas, la escasez de agua, los incendios graves, el aumento del nivel del mar, las inundaciones, el deshielo de los polos, las tormentas catastróficas y la disminución de la biodiversidad.
Aunque el cambio climático es, sin duda, un desafío enorme, ya conocemos muchas soluciones, entre las cuales hay tres grandes categorías de acción: reducir las emisiones, adaptarse a los efectos y financiar los ajustes necesarios. Al intercambiar los sistemas energéticos de los combustibles fósiles a las energías renovables, como la solar, se reducirán muchas de las emisiones que provocan el cambio climático.
Todo emite CO2, la cuestión está en emitir menos y ser más responsables con el Planeta. Por ello, es necesario reducir nuestra huella de carbono, lo que se logra con acciones tan cotidianas como desconectar el celular cuando tiene la batería cargada, cuidar el agua y evitar su desperdicio, alimentarnos de forma sostenible comprando productos locales y aumentando el consumo de aquellos que tienen una menor huella hídrica como las frutas y las verduras. De igual forma, movernos con menos emisiones, por ejemplo, llegando al trabajo en bicicleta o caminando lo más que podamos, lograremos un menor impacto a nuestra Madre Tierra durante nuestra estadía en su inmenso y a la vez frágil regazo.