El ABC y el 1, 2, 3 en el acto de enseñar

Es común que en algún momento de nuestra vida encontremos un maestro, sin necesidad de ir a la escuela; es más, no existe nadie en el mundo que no haya pasado por las enseñanzas de estos seres que día a día nutren, no solo con conocimiento, sino con tesón y esmero el presente y futuro de la humanidad.

Ser docente implica una fe ciega en el futuro, entendimiento del contexto en el cual se encuentra, una mirada consciente y crítica del mundo, abnegación y compromiso con su labor, respeto al pensamiento del otro, carisma hacia la inocencia y a los ¿por qué?, así mismo, también requiere una paciencia incalculable para sortear las dificultades del oficio, además de una constante retroalimentación de sus saberes. 

No podríamos hablar del A-B-C o del 1+1 sin remitirnos a un maestro, labor que históricamente se identificó con el término griego “Didáskalos”, personas que se encargaban de adiestrar en filosofía y política en la Grecia antigua y desde entonces podemos hablar de la valiosa labor y vocación de los maestros, ya que son ellos quienes permiten la mediación entre el conocimiento y el aprendiz. 

Podríamos aseverar que todos en algún momento hemos sido alumnos y maestros en el desarrollo de nuestras labores cotidianas; no obstante, el maestro cobra relevancia como aquel ser que nos muestra el mundo con otra perspectiva y que de manera constante y anónima ejerce en sus alumnos un poder inexplicable que influye en la gran mayoría de los casos, positivamente; convirtiéndolos en hombres y mujeres que se preocupan por sí mismos y su entorno.  

En el ejercicio de la labor docente, un maestro siempre aprende de sus estudiantes, haciendo que esta relación históricamente vertical se vuelva horizontal, y ambos roles juegan un papel fundamental en la enseñanza, es una relación recíproca y de crecimiento mutuo, tal como lo dijo Paulo Freire “el maestro no puede negar su voz al alumno, pero si debe expresar que necesita la voz de sus alumnos”. 

El acto de enseñar es la forma más grata de amor por la sociedad y en el que convergen la relación social, espiritual y vocacional entre el maestro y el alumno mediante una voluntad inquebrantable, que tiene como resultado la magia del aprendizaje. 

“Para poder enseñar a amar, el maestro tiene que amar ya que el amor es la mayor transformación, y es en este sentido que toda persona que se encuentre sumergida en la labor docente debe por obligación amar ser docente, es decir si yo no amo lo que hago como puedo enseñar lo que no amo” 

Paulo Freire

Ensenar

Haciendo honor a las palabras de Paulo Freire, en nombre de todos sus mediadores el Museo del Agua EPM, agradece a todas esas personas que ejercen de una u otra manera el rol docente ya que con pequeñas acciones diarias fortalecen una sociedad que cada vez necesita con más urgencia personajes sensibles a las realidades y al sinfín de universos que representan nuestras comunidades y, por supuesto, quienes las integran.  

Gracias y mil gracias por todas sus enseñanzas y aprendizajes, que este mensaje sea un aliciente para que sigan realizando su labor con el amor y la capacidad de asombro que el rol docente amerita. 

Como mejor diría Gustavo Cerati “¡Gracias totales!”


Escrito por: David Alejandro Congote Penagos, Mediador Museo del Agua EPM

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